domingo, 19 de septiembre de 2010


He intentado sacarte dos veces de mi mundo, tres veces de mi cabeza y más de cuatro millones de infinitas veces de mi corazón. Es como una manía que tengo en hacerme daño, como el tiempo que tardé en reconstruirme aquella vez en que me propuse empezar de cero. Es cuestión de números, de fechas y del tiempo, pero la que está marchitada soy yo. Estoy más cansada que nunca de arrastrarte en el paso de mis días, que no me dejan tumbarme en el centro de la cama, haciéndote hueco en una cama vacía, llena de sabanas deshechas. Las prisas no son buenas, eso ya lo sé, pero debería diferenciar en si odiarte con prisa o tener que olvidarte despacio. Y es jodido, porque también he optado con esperarte por momentos, y eso significa que estás algo más cerca pero sin remediarlo, ausente. Y ahora es cuando las horas de pesimismo se me vienen encima, igual que con el umbral del dolor, y mis topes están más que definidos, y ya no aguanto más otro día viviendo sin ti, otro día para alargar como se van borrando los buenos momentos, otro día sin coincidir en el baño o en la ducha, sin ver tu sonrisa recién estrenada. Otra noche sin verte dormir, sin juntarnos crema en la espalda mientras me besas. Otra dura noche, eterna y fría. Otra vez la habitación solitaria y silenciosa desde que no estás aquí.

sábado, 4 de septiembre de 2010

ROMPER (ME)



Y me dan ganas de gritar. En este silencio que hace daño. Basta. Déjame. Ponlo todo de nuevo en su sitio. Así. Cierra. Doble vuelta de llave. En el fondo del corazón, allí, en aquella esquina. En aquel jardín. Algunas flores, un poco de sombra y después dolor. Ponlos allí, bien escondidos, te lo ruego, donde no duelan, donde nadie pueda verlos. Donde tú no los puedas ver. Eso. Otra vez enterrados. Ahora está mejor. Mucho mejor.